viernes, 1 de abril de 2016

95. LA EUFORIA DE LA GRAN CIUDAD



No estoy muy seguro pero creo que fue el arquitecto limeño Augusto Ortiz de Ceballos el que me contó hace años, mientras compartíamos piso en Barcelona, que cuando los indios bajaban a Cuzco y se quedaban boquiabiertos ante su catedral, se les acercaban ciertos timadores ofreciéndosela en venta. No sé si la historia es cierta ni si fue Augusto el que me la contó, pero lo que sí recuerdo es que yo me sentí muy identificado con la emoción o euforia que podían sentir los indios primitivos de las montañas o de la selva ante la gran arquitectura, y ante la gran ciudad.


Habiendo pasado mayormente mi infancia en un pueblecito riojano de quinientos habitantes que apenas empezaba a salir del neolítico, me mandaron a estudiar el bachillerato a Santoña, en la provincia de Santander. A las siete de la mañana cogía un tren en Haro que llegaba a Bilbao entre las nueve y las diez; y hasta las 3 de la tarde no salía el tren de vía estrecha a Santander que me debía llevar a Cicero-Santoña, por lo que tenía entre cuatro o cinco horas para aburrirme en la espera. ¿Aburrirme? No, eso nunca. Recuerdo muy bien que con once o doce años me aventuraba a recorrer la Gran Vía de Bilbao porque había allí un par de edificios que me fascinaban, y que de haber habido algún timador, igual me los hubieran vendido. Eran unas sedes bancarias con unas grandes columnas que recorrían sus fachadas causándome una emoción mayor incluso que las de la gran arquitectura religiosa. Una especie de euforia de la gran ciudad que el mes pasado, cuando volví por unos días a Barcelona pastoreando a nuestros alumnos, volví a experimentar con la misma déjà vu que Proust con su magdalena.

Pues bien, ya que me he puesto a hacer un blog con los edificios de mi vida, justo es que eche un vistazo a las guías de arquitectura para homenajear cuando menos a los hombres que habían hecho aquellos grandes edificios. Me entero así, que el edificio que ahora ocupa el BBVA cuya foto he puesto arriba, fue el Banco del Comercio y su arquitecto, el vizcaíno Pedro Guimón. En aquella gloriosa época de las grandes ciudades no había que recurrir a arquitectos japoneses o de California para hacer chirlos con sus firmas. Está datado en 1919.



No tan vistoso como el anterior o algo más separado del viandante porque el zócalo de la gran columnata de la fachada tiene la altura de toda la planta baja, el otro edificio por el que se me iba la vista era el entonces Banco Hispano Americano, ahora Banco de Santander, situado un poco más cerca de la estación de tren, y del que mirando la Guía de Arquitectura de Bilbao me entero que lo hizo el arquitecto Manuel Ignacio Galíndez, también vizcaíno, entre 1945 y 1952, o sea, que cuando yo lo vi, tenía poco más de diez de años de vida (!!!). ¡Era contemporáneo mío!. Entre arquitectos, Galíndez en mucho más conocido por ser el autor del edificio de la Equitativa del año 1932, por aquellos que apuntaba maneras "racionalistas" o "modernas"; pero ese tipo de adoctrinamientos estilísticos vendría mucho después. Mi Galíndez es el de la euforia de la gran ciudad, el de la arquitectura con grandes columnas del edificio de la Gran Vía.


Puesto ya a unir puntos de mi vida en torno a grandes arquitecturas, no puedo dejar de mencionar que habiendo acabado ya la carrera de arquitectura, es decir, habiendo sido adoctrinado en las teorías de la modernidad, según las cuales todos estos edificios con columnas eran anticuallas sin valor, me tocó hacer la mili en Madrid, concretamente en la Agrupación Obrera y Topográfica del Ejército de Tierra cuyo cuartel estaba en la calle Barquillo, por lo que para acceder a ella desde la boca del metro de Plaza España, tenía que pasar todos los días por delante del edificio del entonces Banco Central (en origen Banco Español de Río de la Planta y ahora sede del Instituto Cervantes) que a mí me traía el recuerdo (y la emoción) de los dos grandes edificios de Bilbao. Antonio de Palacios y Joaquín de Otamendi fueron sus arquitectos y 1911 la fecha que da la Guía de Madrid.

La euforia que experimenté al llegar a Barcelona el mes pasado no se debió a ningún edificio en concreto de tantos como conozco de esa ciudad, pero puestos a evocar, expresar o comunicar mejor esa misma misma sensación, me viene a la mente el artículo que escribí en este mismo blog sobre la Barcelona más Universal. Les dejo el enlace por si no lo leyeron en su día.